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TU DULZURA
La forma en que nos conocimos fue la más extraña, esto lo pase desapercibido y sin saber, ya me había aprendido tu particularidad sustantiva que te caracteriza: la sencillez de tu primer nombre, cinco letras que unidas constituyen la sinfonía más hermosa de tu personalidad, que conjuntamente, con la delicadeza de tu rostro, tu mirar inocente y la fuerza de tu bondad, me he sentido satisfecho de tener hoy junto a mi pecho, feliz y regalándole sonrisas a la vida, aunque esta sea severa y a veces nos conduzca por caminos fríos y lóbregos.
Desde que estás conmigo, no he dejado un solo momento de pensar en ti, en donde quiera que vaya, una canción, una imagen de la santísima virgen, un rosario, el olor y el color de las flores, los miles de ojos que nos observan durante la noche, una estrella fugaz, que va hasta las más minuciosa inaugural letra de los poemas de amor del ingenioso Bécquer, que me hacen moldear en mi mente una imagen exacta de ti, tu sonrisa traviesa, el contorno de tus ojos marrones, la blancura de tus manos, que son tan suaves y frescas como las gotas del roció que caen sobre las delegadas hojas del pasto, tus gestos más finos que te definen como una niña alegre , el encantamiento de tus labios que me atraen hasta rosarme junto a ellos, pero en fin toda tu, que me hacen por fin declararte como si esto fuera un sueño, que para mí eres un ángel desde la primera vez que te vi.
La forma en que nos conocimos fue la más extraña, esto lo pase desapercibido y sin saber, ya me había aprendido tu particularidad sustantiva que te caracteriza: la sencillez de tu primer nombre, cinco letras que unidas constituyen la sinfonía más hermosa de tu personalidad, que conjuntamente, con la delicadeza de tu rostro, tu mirar inocente y la fuerza de tu bondad, me he sentido satisfecho de tener hoy junto a mi pecho, feliz y regalándole sonrisas a la vida, aunque esta sea severa y a veces nos conduzca por caminos fríos y lóbregos.
Desde que estás conmigo, no he dejado un solo momento de pensar en ti, en donde quiera que vaya, una canción, una imagen de la santísima virgen, un rosario, el olor y el color de las flores, los miles de ojos que nos observan durante la noche, una estrella fugaz, que va hasta las más minuciosa inaugural letra de los poemas de amor del ingenioso Bécquer, que me hacen moldear en mi mente una imagen exacta de ti, tu sonrisa traviesa, el contorno de tus ojos marrones, la blancura de tus manos, que son tan suaves y frescas como las gotas del roció que caen sobre las delegadas hojas del pasto, tus gestos más finos que te definen como una niña alegre , el encantamiento de tus labios que me atraen hasta rosarme junto a ellos, pero en fin toda tu, que me hacen por fin declararte como si esto fuera un sueño, que para mí eres un ángel desde la primera vez que te vi.
Un último adiós
Varias lágrimas recorren mi mejilla, en breves instantes estas se lanzan furtivas hacia un abismo extraño, no las puedo contener más y huyen de mis ojos como si fueran arrojadas despiadadamente y se pierden en diferentes direcciones de mi rostro.
Si alguien me hubiera visto con mi profunda tristeza, los ánimos decaídos y todo sucio por jugar con el agua de la lluvia, tal vez alguien se hubiera detenido a consolarme y a decirme cosas hermosas que la mayoría de los niños esperamos que nos digan para tranquilizarnos, estas ideas flotaban en mi mente en cada momento, pero yo sé que esto no ocurriría.
Como es costumbre de la villa, antes del anochecer las familias deben permanecer dentro de sus hogares, para descansar y prepararse para un nuevo día de trabajo duro en el campo. Algunos niños de mi edad con quienes juego en la escuela me han contado el verdadero motivo por el que nos dormimos temprano, la respuesta es sencilla, dicen que en la noche los difuntos rondan por las calles esperando a atrapar niños traviesos que desobedecen a sus padres, ahora comprendo porque mis papás me piden que sea recatado y atento. Yo alguna vez estuve a punto de ser llevado directo al reino de los muertos porque desobedecí a mi mamá al abrir la ventana que queda a la calle, pero qué bueno que se dio cuenta porque el aire que entraba era helado y apestaba como a muerto.
Esa noche la tempestad amenaza con inundar las calles de lodo, ráfagas de aire mezcladas con la lluvia violaban la integridad de las casas, colándose por el techo y por las ventanas. Los árboles se agitaban con fuerza como si un gigante quisiera arrancarlas con todo y raíz. No había truenos, pero el alarido de perros y gatos se hacía escuchar en medio de la oscuridad de la noche, yo en cambio permanecía estático, con un leve temblor en las piernas y brazos por el frio que comenzaba a hacer.
Empapado, triste y desolado por la triste noticia que presenciaban mis ojos a través de una ventana, observaba la discusión que mi padre mantenía con mi madre, pero no podía comprender a que se debía, sabía que era muy tarde y debía estar preocupados por mí, yo también lo estaría en su lugar. Sin poder articular palabra alguna por el susto, me estuve en silencio por un largo rato para recuperar fuerzas y tocar la puerta de mi casa para explicar la razón de mi tardanza, yo sé que me entendería, tengo siete años y nunca había faltado hasta ahora. Pero aun no me explicaba porque no me podía mover, estaba como tieso, como una pequeña planta atada al suelo, pero de pronto la puerta se abrió, me sorprendí al ver a mis amigos de la escuela allí, Guadalupe la niña que me gustaba, Pedro y Juan mis primos, Roberto el experto en contar chistes y hacer bromas y Tomás, mi mejor amigo y el más inteligente de mi grupo que me ayudaba en ocasiones a aprobar algunos exámenes, esto quiere decir que sea muy burro para el estudio.
No me explico por qué ninguno de ellos me notó, sin embargo, no eran los únicos que había visitado mi humilde morada; el padre José, con unas señoronas vestidas de luto oraban mientras unos señores cargaban un ataúd pequeño hacia la calle, mi madre lloraba a chorros y mi padre la abrazaba con fuerza, abrigándola para que el frío no la tocara, dándole el calor y las fuerzas necesarias para caminar hacia el cementerio, como siempre lo había hecho. Absolutamente todos se mostraban desconsolados, entre una conversación entre el padre y una señora alcance a escuchar.
-Pobre niño, se nos ha muerto de pulmonía por jugar con la lluvia- decía la mamá de Tomás.
-¡Dios lo proteja y lo aguarde en los cielos!, Enrique era especial y todas las obras que nuestro señor manifestaba en la naturaleza le sorprendían, esperemos que los padres no sufran muchísimo con la pérdida de su primer hijo y logren salir adelante- respondió el padre, sosteniendo fuerte entre las manos un pequeño relicario.
¿Me he muerto?, fue la primera pregunta que broto en mi pensamiento y las lagrimas comenzaron de nuevo a correr sobre mi piel fúnebre. Se me veló y se me enterró junto a la tumba de mis abuelitos, quedándome sólo con unos grandes ramos de flores y una pequeña llama de una vela que me dejaron para ver en la oscuridad.
Ultima día que conviví con mis seres queridos, ultimo día que vi a Guadalupe y a todos mis amigos, ¡Me he quedado solo! Grite mil veces, hasta que de las sombras un señor alto de cabello y barbas blancas se acerco a mí para decirme.
-Hijo mío no llores, no estás sólo, vengo a traerte para llevarte conmigo a un lugar mejor- me tomo de las manos y partimos volando hacia el cielo, hasta perdernos entre lo alto de las nubes.
Hoy vivo en un lugar donde los recuerdos perduran para siempre.
Varias lágrimas recorren mi mejilla, en breves instantes estas se lanzan furtivas hacia un abismo extraño, no las puedo contener más y huyen de mis ojos como si fueran arrojadas despiadadamente y se pierden en diferentes direcciones de mi rostro.
Si alguien me hubiera visto con mi profunda tristeza, los ánimos decaídos y todo sucio por jugar con el agua de la lluvia, tal vez alguien se hubiera detenido a consolarme y a decirme cosas hermosas que la mayoría de los niños esperamos que nos digan para tranquilizarnos, estas ideas flotaban en mi mente en cada momento, pero yo sé que esto no ocurriría.
Como es costumbre de la villa, antes del anochecer las familias deben permanecer dentro de sus hogares, para descansar y prepararse para un nuevo día de trabajo duro en el campo. Algunos niños de mi edad con quienes juego en la escuela me han contado el verdadero motivo por el que nos dormimos temprano, la respuesta es sencilla, dicen que en la noche los difuntos rondan por las calles esperando a atrapar niños traviesos que desobedecen a sus padres, ahora comprendo porque mis papás me piden que sea recatado y atento. Yo alguna vez estuve a punto de ser llevado directo al reino de los muertos porque desobedecí a mi mamá al abrir la ventana que queda a la calle, pero qué bueno que se dio cuenta porque el aire que entraba era helado y apestaba como a muerto.
Esa noche la tempestad amenaza con inundar las calles de lodo, ráfagas de aire mezcladas con la lluvia violaban la integridad de las casas, colándose por el techo y por las ventanas. Los árboles se agitaban con fuerza como si un gigante quisiera arrancarlas con todo y raíz. No había truenos, pero el alarido de perros y gatos se hacía escuchar en medio de la oscuridad de la noche, yo en cambio permanecía estático, con un leve temblor en las piernas y brazos por el frio que comenzaba a hacer.
Empapado, triste y desolado por la triste noticia que presenciaban mis ojos a través de una ventana, observaba la discusión que mi padre mantenía con mi madre, pero no podía comprender a que se debía, sabía que era muy tarde y debía estar preocupados por mí, yo también lo estaría en su lugar. Sin poder articular palabra alguna por el susto, me estuve en silencio por un largo rato para recuperar fuerzas y tocar la puerta de mi casa para explicar la razón de mi tardanza, yo sé que me entendería, tengo siete años y nunca había faltado hasta ahora. Pero aun no me explicaba porque no me podía mover, estaba como tieso, como una pequeña planta atada al suelo, pero de pronto la puerta se abrió, me sorprendí al ver a mis amigos de la escuela allí, Guadalupe la niña que me gustaba, Pedro y Juan mis primos, Roberto el experto en contar chistes y hacer bromas y Tomás, mi mejor amigo y el más inteligente de mi grupo que me ayudaba en ocasiones a aprobar algunos exámenes, esto quiere decir que sea muy burro para el estudio.
No me explico por qué ninguno de ellos me notó, sin embargo, no eran los únicos que había visitado mi humilde morada; el padre José, con unas señoronas vestidas de luto oraban mientras unos señores cargaban un ataúd pequeño hacia la calle, mi madre lloraba a chorros y mi padre la abrazaba con fuerza, abrigándola para que el frío no la tocara, dándole el calor y las fuerzas necesarias para caminar hacia el cementerio, como siempre lo había hecho. Absolutamente todos se mostraban desconsolados, entre una conversación entre el padre y una señora alcance a escuchar.
-Pobre niño, se nos ha muerto de pulmonía por jugar con la lluvia- decía la mamá de Tomás.
-¡Dios lo proteja y lo aguarde en los cielos!, Enrique era especial y todas las obras que nuestro señor manifestaba en la naturaleza le sorprendían, esperemos que los padres no sufran muchísimo con la pérdida de su primer hijo y logren salir adelante- respondió el padre, sosteniendo fuerte entre las manos un pequeño relicario.
¿Me he muerto?, fue la primera pregunta que broto en mi pensamiento y las lagrimas comenzaron de nuevo a correr sobre mi piel fúnebre. Se me veló y se me enterró junto a la tumba de mis abuelitos, quedándome sólo con unos grandes ramos de flores y una pequeña llama de una vela que me dejaron para ver en la oscuridad.
Ultima día que conviví con mis seres queridos, ultimo día que vi a Guadalupe y a todos mis amigos, ¡Me he quedado solo! Grite mil veces, hasta que de las sombras un señor alto de cabello y barbas blancas se acerco a mí para decirme.
-Hijo mío no llores, no estás sólo, vengo a traerte para llevarte conmigo a un lugar mejor- me tomo de las manos y partimos volando hacia el cielo, hasta perdernos entre lo alto de las nubes.
Hoy vivo en un lugar donde los recuerdos perduran para siempre.
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